¡Adiós Hernán Arancibia Carrizo!
Por Carlos Ruiz Zaldívar
Cuando los duendes de la noche apuran el silencio, Hernán Arancibia Carrizo surgía por las ondas de su Radio Provincial de Putaendo y anunciaba “la música vieja en la noche joven”. Cuando los caminos de Putaendo estaban quebrados, intransitables, sus murallones desmoronados por la humedad de las intensas lluvias, cuando los fenómenos telúricos lanzaron por los aires las últimas tejas españolas, cuando el río del pedregal seco rugió como un león y se llevó puentes y casas, cuando las casas se hundieron y el humo cogía en la gente de su pueblo, que vive, sufre y lucha, cuando hubo que juntar maderas, fonolas, ropas, alimentos no perecibles, ahí estuvo Hernán, y no se fue hasta que no se hizo nada para servir a su comunidad que quería.
Clavó la banderilla de la radiotelefonía en una comuna de pocas posibilidades para acometer tan descabellada aventura. Esto ocurrió el 31 de octubre de 1960 y le dijeron “loco”, “chiflado” y otras cosas que se les espeta a los que no aplican el pensamiento racional en las cosas. Sin embargo, con esfuerzo, tesón, como un caballero manchego de adarga y espaldar, montado en su cabalgadura ficción desafió los molinos de viento y transmontó las colinas. Por esa radio de rústica apostura, tal vez la más humilde de todas, por 33 años entretuvo a su pueblo, dio consejos, le entregó la música que esa gente campesina y minera quería: folclor chileno, boleros, música ranchera, tangos.
La radio de Hernán se albergó en una última casa del cerro empinado, solo por el milagro del viento. Y así hizo camino al andar, como en el poeta castellano. Supluma era hilo directo, con reflexiones humanas, siempre hablando de las cosas de los demás. Quería que Petorca se conectara con el valle a través del camino a Cabildo, que se concretara la pavimentación de la segunda faja de la ruta a San Felipe, de Juan Rozas, quería casas para los más humildes. Salía como los franciscanos a las calles a pedir apoyo financiero mientras por el dial se encendían y sus ondas se esparcían.
Una vez escribió en el diario “La Tercera” de Santiago un artículo que lo guardo porque es una pieza única. Se titula “Hoy se seca el río en Putaendo”. Es que a Hernán le dolía que su comuna fuera la más pobre de todas las de la zona, quería que unas cien pequeñas minas trabajaran plata, cobre y otros metales, mientras el mejor riego para los pequeños terrenos de tierra. Escribió versos, compuso música, tocaba guitarra como un biblio compartido.
Con qué gusto me ofrecía a través del teléfono o en la misma radio sus micrófonos para que hablara de cosas serias o tonterías de barro y de piedras; pero a la vez de un encanto que se mete en el alma. Putaendo lo era todo para él.
Últimamente, muy maltrecho de salud, transitaba entre la radio, su casa y el hospital. Y en una de esas rondas se quedó en el servicio hospitalario para cerrar sus ojos para siempre. Y Hernán Arancibia Carrizo se nos fue la tarde del 31 de enero, a las 15.40 horas en el centro asistencial sanfelipeño. Sus ojos se fueron velando lentamente y la vista del alma salió triunfadora hacia la comarca de luces que demarca Dios.
Lo hemos venido a despedir. El inerte ahora lo mira todo desde altitudes que no conocemos. Hay pañuelos blancos en la despedida. Las lágrimas nos anudan la garganta. Queremos decir adiós y no podemos. El llanto tiene más fuerza que una ola en los arrecifes. Nos regresamos contritos. Todo ha terminado, solo que Putaendo sigue rumiando su abandono entre pircas rotas y terrosos portones. Nos queda del ramo solo una rosa grande de gratitud para depositarla en su tumba. ¡Adiós maestro! Las ondas aéreas del cielo le abren un dial insospechado para una nueva aventura radial.
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